domingo, 10 de octubre de 2010

El Terrorismo intelectual, o como no negociar nada.


Algunos filósofos griegos de la antigüedad sostenían que un hombre inteligente forzosamente debería ser un hombre bueno, pues está en la naturaleza humana buscar el bien y evitar el mal. Por supuesto, su equívoco razonamiento se pone en evidencia fácilmente si nos preguntamos ¿el bien o el mal de quién o de quiénes? 
En las siguientes líneas comentaré acerca de las antípodas de la negociación como método habitual de gobernar en democracia: El Terrorismo intelectual. 
Cada vez más, de parte de gobernantes, funcionarios y legisladores se puede advertir con mayor intensidad, frecuencia e impunidad el ejercicio del Terrorismo intelectual, como método efectivo para manejar (no resolver) conflictos. 
¿En qué consiste el Terrorismo intelectual? En tratar de dominar uno o varios conflictos en curso, creando unos nuevos, o poniendo en vigencia otros viejos.
Este método de echarle más combustible a un incendio, se puede predicar de quienes ejercen un poder formalmente legítimo dentro del marco de una democracia, ya sean oficialistas u opositores, pero también de aquellos que lo ejercen ilegítimamente en nombre del “pueblo”, “los morochos”, “los oprimidos”, “los pueblos originarios” o cualquier otra máscara.
En un extremo se conecta con aquellas teorías que fomentan el deterioro de una sociedad por medio del conflicto permanente entre sus integrantes como único medio de acceder a la “dictadura del proletariado”, para utilizar un concepto que ya es obsoleto.
En el otro extremo se conecta con una nueva especie de dirigente: el avaro que acumula poder y riquezas.
La paradoja es que a nivel práctico ambos extremos practican un concubinato atroz. 
Es oportuno citar al DRAE (”Terrorismo: Dominación por el terror”), quien además hace referencia a la violencia. El Terrorismo puede ser violento de muchas formas, pues no es necesario plantar una bomba para pertenecer a la categoría de aquellos que no heredarán el Reino de Dios. 
De igual forma, tradicionalmente, se habla de Terrorismo de Estado para diferenciarlo de bandas armadas fuera del control del gobierno. 
El Código Penal Argentino establece en su artículo 213 ter. sancionado en el 2007, que sólo podrá considerarse autor del delito de terrorismo al que: ...tomare parte de una asociación ilícita cuyo propósito sea, mediante la comisión de delitos, aterrorizar a la población…(mediante) un plan de acción destinado a la propagación del odio étnico, religioso o político. 
La historia nos enseña que la palabra «terrorismo» (así como «terrorista» y «aterrorizar») apareció por primera vez en Francia durante la Revolución Francesa entre (1789-1799), cuando el gobierno jacobino encabezado por Robespierre ejecutaba o encarcelaba a los opositores, sin respetar las garantías del debido proceso. El término comenzó a ser utilizado por los monárquicos, como propaganda negativa aplicada al gobierno revolucionario. Al igual que los consejos de Maquiavelo en El Príncipe, el Reinado del Terror (1793-1794), es una manifestación del Terrorismo de Estado, antes que del terrorismo de los ciudadanos. 
Como queda dicho un poco más arriba, la gran novedad argentina en materia de Gobierno y de Conflictos es crear uno nuevo cada día mediante el ejercicio del Terrorismo intelectual, con el objeto de ¿manipular? el anterior. ¿Una nueva clase de terrorismo?
El Terrorismo intelectual, manejando la agenda de los medios y la mass media, reinterpreta y fuerza la realidad a los límites estrechos de quienes se sirven de ella para sus propósitos.
Por supuesto, este sistema a nivel táctico puede ser efectivo modificando la agenda pública, aunque de hecho, moralmente malo y perverso. Quien gobierna efectivamente el país lo viene aplicando con singular destreza y cada vez con mayor intensidad. 
A nivel estratégico, el crear un nuevo incendio para disimular otro más grave, no resiste el menor análisis. El sentido común nos indica que al final el incendio se propagará a toda la casa, inevitablemente. 
A poco que se considere la situación, se advertirá que esta nueva forma de Terrorismo de Estado – no violento, por ahora- conduce, como bien lo viene advirtiendo la Iglesia en forma repetida, a una situación social y política complicada. 
La única forma en que el tejido social argentino pueda ser recompuesto e impere la paz y el orden, pasa por dos acciones conjuntas: la primera, el diálogo, y la segunda, por medio de una negociación que contemple a los diversos intereses de todos los estamentos sociales: indigentes, asalariados, dueños de pymes, agricultores y ganaderos, empresarios, docentes y académicos, y sobre todo al ciudadano común, el gran ausente de toda mesa que no tenga una urna encima. 
No es necesario llenarnos la boca con la idea de realizar un émulo del Pacto de la Moncloa. Es necesario “recomprar” a la República Argentina para todos los argentinos, como metafóricamente sucede en el excelente libro del escritor argentino Juan Luis Gallardo (“Frida” 1972, Emecé). 
De lo contrario, el próximo paso será el del Reino del Terror, cada vez más cerca del Terrorismo de Estado. El “Nunca más” nos habrá ilusionado en vano, pues la democracia es una forma de gobierno donde por naturaleza se negocia, no se impone.

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