martes, 7 de mayo de 2013

La negociación: libre de espanto


Ya es un lugar común entre los argentinos la frase hecha “los une el espanto”.
La misma ya no sólo se aplica a los políticos opositores, sino a crecientes grupos de ciudadanos que advierten -quizás demasiado tarde- la pérdida del único triunfo percibido como tal en los últimos treinta años: la recuperación de la democracia.

Dejando de lado el análisis acerca de la posición del oficialismo, pareciera que ya resulta imperioso, tanto para las instituciones que conforman el tejido social intermedio de la República y que aglutinan a no pocos asustados conciudadanos que avizoran una “argenzuela” para un futuro próximo, como para todo el arco político opositor, el negociar alianzas que enfrenten la alternativa del poder de turno, digna del más conspicuo y literario realismo latinoamericano.

Sin embargo, a poco de comenzar un análisis serio en clave de negociación con respecto a una hipotética unión de la oposición política, salta a la vista que el interés oculto en la frase del epígrafe, no es lo suficientemente poderosa para negociar ni uniones ni coaliciones, y mucho menos que ellas resulten estables al menos temporalmente .

Por cierto, no han faltado ya voces en diversos partidos que han proclamado la intransigencia de sus idearios.

Otros, más pragmáticos, desean rescatar del modelo “K”, un auténtico peronismo o justicialismo, el cual, según ellos, es un movimiento probado en la continuidad de las diversas etapas por las que atravesó el país.

Otros, totalmente pragmáticos, sólo miran hacia dónde soplan los vientos.

Cuando se negocia en forma cooperativa, además de los legítimos intereses particulares, a menudo contrapuestos, es condición sine qua non que exista una motivación común que posibilite el desarrollo del proceso.

Sin este interés en común, constituye un axioma ya probado ad nauseam el hecho de que resulta imposible encarar y alcanzar un acuerdo con éxito en el proceso de negociación.

En la búsqueda de este interés común, sin duda escapar de un futuro “a la Venezolana” no es razón suficiente para la mayoría, por su corto placismo, ni un interés permanente para justificar una negociación de múltiples y disímiles partes, que se perfila tan difícil como ardua.

Urge pues, encontrar un interés común que obre como paraguas de los intereses sectoriales a los cuales les hemos dado el común nombre de oposición.

En teoría, este interés debería aparecer claro y prístino en la mente de cada uno de los actores: el bien de la República, y su supervivencia como tal.

Sin embargo, a muchos maulas esto les parecerá demasiado lírico para esta época cuajada de pragmatismos, o bien un ideal tal lejano como difuso e imposible de definir.

Por cierto, no vivimos en una época caracterizada por valores, sino por antivalores.

Por otra parte, y a menudo en las negociaciones de múltiples sectores, el no poder cristalizar un interés común acontece cuando no existe una figura -una persona- que no sólo obre como garante del acuerdo a alcanzar, sino que afiance este interés como algo posible y verdadero, encarnándolo de alguna manera.

Las personas que negocian, entre el fuego cruzado del Dominio racional -el costo beneficio- y el Dominio de lo relacional, a menudo necesitan alguna clase de liderazgo que contenga y encauce el proceso de negociación en sí mismo.

Un ejemplo de ello lo encontramos en las dos históricas negociaciones realizadas en Camp David, donde la figura del presidente del país del norte afianzaba el interés común tanto como la posibilidad de llegar a un acuerdo, por cierto más por su posición dominante que no por el brillo de sus valores.

A menudo, esta persona no necesita tener una repercusión electoral (de hecho el presidente americano no era candidato a nada en oriente medio), pero sí tener algún tipo de autoridad, y si ella es de tipo moral, mejor.

En torno a la cuestión entre autoritas y potestas, el liderazgo moral es completamente preferible para este tipo tan especial de negociaciones.

La pregunta del millón (en estos tiempos tan devaluados debería ser la pregunta de los cien kilos) se constituye y reduce entonces en la Argentina a lo siguiente: ¿serán capaces los líderes de la oposición, o en su defecto el tejido intermedio de la sociedad encontrar a esta persona que sea capaz de garantizar moralmente un acuerdo y que al mismo tiempo no tenga particulares aspiraciones políticas?

De lo contrario la historia, gran maestra de los hombres (o al menos debería serlo) nos sugiere que debemos esperar lo contrario de la paz que se obtiene negociando: la violencia de unos contra otros.

Por amor a Su Nombre: ¿quedará un justo en la Argentina que evite que se precipite el fuego aniquilador en este Apocalipsis frío?