jueves, 17 de octubre de 2013

El Conflicto y la Sociedad Argentina

Comparto las observaciones del autor, a quien considero uno de los más lúcidos prelados que ha producido la Iglesia Católica Argentina.

En un artículo publicado en el diario platense El Día con el título “Tres problemas argentinos”, el arzobispo de La Plata, monseñor Héctor Aguer, desarrolla unas reflexiones sobre el desinterés por el bien común, el permanente estado de discordia y la falta de educación para la vida social, males que a su criterio, aquejan a nuestra nación.

El prelado platense dice que existe en la Argentina una fuerte inclinación a discurrir acerca del ser nacional y que también se ha escrito abundantemente sobre el tema, pero piensa que esta preocupación no es tan preponderante en muchos otros países, lo que lo mueve a pensar que en el caso de la Argentina se trataría, tal vez, de un síntoma de adolescencia.

“Hablar de ser nacional -señala monseñor Aguer- implica describir los rasgos que caracterizan a una nación, a esa comunidad biológica, social, cultural en la cual los miembros comparten la conciencia y el sentimiento de ser tributarios de una historia común. Subrayo algunos de los términos empleados: común, comunidad, compartir, participar; contrastan con cualquier enunciado retórico y altisonante y se refieren a una realidad humilde y esencial, constitutiva. Pienso en el bien común de la nación, que lo es por su universalidad: es comunicable, participable, hace a la suficiencia de vida, al bien vivir de cada uno de los miembros y de todos en su conjunto, como comunidad.

“Es posible -añade- proyectar estas nociones sobre un estudio de la índole argentina –supuesto que lleguemos a describirla y nos pongamos de acuerdo sobre la definición–; entonces saltarán a la vista algunas falencias. Quiero aventurarme en señalar tres problemas argentinos.

El primero puede identificarse como una tendencia a anteponer el bien particular al bien común. Concretamente, por primacía del bien particular entiendo la inclinación a otorgar predominio a los intereses sectoriales, que se imponen al interés común de la nación. El concepto de bien común, que es clave en la Doctrina Social de la Iglesia, resulta una noción extraña para muchos en el mundo político. Precisamente, la autoridad gubernativa tiene como función específica la justa conciliación de los intereses particulares de individuos y de grupos en orden a conseguir y asegurar durablemente el bien común; pero para lograrlo se exige la colaboración de todos, el accionar comunitario. El problema no es puramente pragmático, y mucho menos oportunista, sino que plantea la dimensión moral de la convivencia social.

Otra cuestión eminentemente ética salta a la vista en la historia y en el presente de los argentinos: grava sobre nosotros un atavismo de discordia. Es un fenómeno que se ha verificado desde nuestros orígenes, desde los días de la independencia, pero en algunas etapas se manifestó con atrocidad y ha causado enormes sufrimientos. Es necesario curar esta llaga, no resignarse a vivir con ella. Lo peor ocurre cuando se incentiva la discordia y se teoriza sobre la utilidad de las oposiciones; se presentan los conflictos como necesarios: si existen se los agudiza y si no existen se los crea. ¡Todo lo contrario! Los conflictos tienen que ser resueltos mediante la apertura al diálogo, que incluye la discusión respetuosa y una voluntad favorable al gran bien de la amistad social.

“Esta referencia al diálogo no es una invocación beata, ni una mera aspiración idealista; responde a una teoría correcta de la sociedad, pero tiene configuraciones concretas de sentido común. Hay que reconocer que se trata, además, de una meta políticamente realizable y que asegura la naturaleza virtuosa, ética, de la actividad política. No hay nada más razonable y deseable que las diversas fuerzas sociales y políticas –aun si se diferencian por planteos ideológicos contrastantes– se pongan de acuerdo para resolver problemas fundamentales, para superar necesidades evidentes. Todas ellas realidades objetivas a propósito de las cuales se puede y se debe estar de acuerdo. El cultivo de la confrontación y la manía de demoler puentes son típicas rémoras de la vida política argentina, que es preciso superar con inteligencia y amor.

En tercer lugar, destaco la importancia de promover una constante educación para la vida social. Este aspecto capital del desarrollo de la personalidad debe comenzar muy pronto en la vida del niño y ha de realizarse ante todo en el seno de la familia. La situación de la cultura actual deja ver la pérdida de valores fundamentales de humanidad que se transmitían normalmente en el ámbito familiar y que la escuela, cuando el sistema educativo funcionaba correctamente, ayudaba a afianzar. La formación para la vida social incluye como un bien esencial la recta educación para la libertad, que no se entiende en sentido individualista, y que se verifica mediante el cultivo de la orientación de inclinaciones naturales del hombre, que incluye la vida en comunidad, en el sentido de compromiso voluntario y generoso de la persona en los intercambios sociales. Es la preparación para la vida en la pólis, la formación del ciudadano de tal modo que todos seamos responsables de todos. Este valor se llama solidaridad.

“Podemos avizorar -concluye monseñor Aguer- la superación de clásicos problemas argentinos si logramos formar adecuadamente a las nuevas generaciones. Pero ¿y la nuestra? Muchos piensan que en la Argentina la sociedad es mejor que la política, que los políticos. Sin embargo, las falencias que he señalado indican –si es aceptable mi observación– que la superación de nuestros problemas exige la necesidad de una reeducación en algunas áreas de nuestra personalidad colectiva. Una recuperación de lo mejor de nuestro ser nacional y a la vez la sanación de sus crónicos desarreglos.+

sábado, 31 de agosto de 2013

Tiempos turbulentos; Escenarios cambiantes.


En la Argentina corren tiempos de cambio en lo político.
Luego de las PASO, pareciera que los “relatos” chocan con la realidad.
Este hecho trae a colación dos cuestiones fundamentales, para aquellos que negociamos profesionalmente o aquellos otros cuyas ocupaciones implican también negociar, y que merecen ser comentadas.

Ocupémonos primero de la segunda frase de este artículo.
Quien siga este blog, sabrá que que dicha frase no sólo se aplica -en este caso dramáticamente- al relato construido por el gobierno de turno, sino a una noción más duradera y una mirada más científica en torno a la concepción misma de lo que llamamos realidad.

En efecto, en post anteriores, he abundado sobre la nefasta teoría de la construcción de la realidad por medio del lenguaje, en particular sobre la ontología del lenguaje y sobre otros temas que son tan caros al coaching ontológico.

Quien relea este post: http://goo.gl/NrGsz0, el cual se origina en uno anterior titulado “El coaching ontológico...”, http://goo.gl/0DxGDS y un artículo científico que escribí para una revista con referato: http://goo.gl/h811Ny , podrá ver hasta qué punto vengo objetando -desde un punto de vista estrictamente epistemológico- aquello que se postula respecto de que la realidad es solamente lo que describimos, y desde la Negociación, denunciando las malas prácticas que se derivan de ese relativismo a ultranza que nos viene de Echeverría, Maturana y otros.

En resumen, y en cuanto a esta primera cuestión a comentar, está a la vista en un escenario macroeconómico y político la palmaria demostración acerca de la falacia de la construcción de la realidad por medio de un relato, así como en la época de Néstor, este llevaba hasta el paroxismo la aplicación de la teoría de la agenda setting.

No me canso de repetir que los negociadores debemos tratar al menos con tres juegos de realidades: la que percibimos; la que percibe el otro, y la objetiva, hacia la cual siempre debemos tratar de aproximarnos, aunque no lleguemos a la plena posesión de la verdad.

Ahora corresponde que nos ocupemos de la segunda cuestión, tan concreta como la anterior, y tan fundada en la teoría científica como ella.
Vivimos tiempos de cambio. Los escenarios vernáculos, en forma cada vez más acelerada son, como lo dice el título del post: cambiantes.

La pregunta que debemos hacernos en primer lugar es la siguiente: ¿estos escenarios se corresponden exclusivamente a los protagonistas del “Grand Guignol”i de la política argentina, o bien la comprobación de escenarios cambiantes trasciende lo político, corriendo como un torrente de montaña desde la macroeconomía a la vida de los negocios, profesionales, productores y demás protagonistas de la cadena de valor de la sociedad entera?
¿Es esta una época cambiante para todos los estamentos sociales?
Si la respuesta -como resulta obvio- es “sí”, estamos ante un problema de envergadura mayúscula.

Y es aquí donde se plantea descarnadamente la otra cuestión que deseaba exponer en este post: ¿cómo deben enfrentarse los escenarios cambiantes: con decisiones de índole estratégica o tácticas? ¿Cómo afecta ello las negociaciones de toda índole?

Seguramente habrá partidarios y razones para ambas opciones. Los que se decanten por enfrentar estratégicamente la toma de decisiones en tiempos turbulentosii, podrán aducir -no sin razón- que discernir la estrategia adecuada nos colocará en posición ventajosa cuando la turbulencia pase.

Por supuesto que el inconveniente que salta a la vista consiste en la elección de dicha estrategia, y los riesgos que conlleva equivocarse, pero no es menos cierto que esta opción es la que puede producir mayores resultados.

Se cumple aquí nuevamente el axioma -sagrado para los inversionistas financieros- que riesgo y ganancia van de la mano.

La otra opción, es decir la de generar una serie de operaciones tácticas adaptativas a la marcha de la negociación, puede ser una alternativa de moderación, si verdaderamente se realiza un comportamiento adaptativo continuo. Sin embargo, esta alternativa también entraña un gran riesgo: el de ser percibidos de tal manera como incapaces de saber a dónde vamos, de no tener un plan maestro, o peor aún, de ofrecer una imagen acomodaticia, cuando no contradictoria.

Esta opción, muy cercana al comportamiento reactivo, es quizás la imagen que está consiguiendo el poder político frente a los electores.

En una negociación, no hay electores que seducir. Normalmente encontraremos personas acostumbradas a negociar, que si bien son influidas por el Dominio emocional, también toman en cuenta seriamente la racionalidad del Dominio que debe predominar en todo conflicto: la ley del costo-beneficio.
La seducción no es negociación, aunque a veces se ejerza simultáneamente con ella para resolver conflictos.

¿Existe una receta para negociar en tiempos turbulentos?
Considero que el comportamiento más acertado consiste en trabajar mucho en en la preparación de la negociación, lo que yo llamo momento previo. Allí se podrá discernir el plano estratégico sin “comprarse” una estrategia de por vida. Y al mismo tiempo ejecutar operaciones tácticas alineadas a dicha estrategia -la buena práctica así lo predica- pero sin dejar de lado un cierto comportamiento adaptativo, que nos aleje tanto del dogmatismo estratégico como del comportamiento meramente reactivo.

Por último, es necesario considerar seriamente cómo encara nuestro o nuestros oponentes la misma cuestión.
Verdaderamente, corren tiempos turbulentos para negociar.

iEn 1897, Oscar Metenier fundó el denominado Teatro del Grand Guignol, en la Rue Chapetal de París, convirtiendo un antiguo convento del siglo XVIII en el macabro teatro en el que , siguiendo de manera retorcida y extrema el naturalismo de Emil Zola y doctrinas como Teatro Libre, de André Antoine, se representaban hasta ocho cortas escenas llenas de visceralidad, violencia y sadismo extremo, buscando, en palabras de su creador “sacudir los corazones”, los corazones de quienes allí acudían: nobles, caballeros adinerados, damas de desahogada posición social, que cada noche se congregaban allí, como en cualquier otro ritual, buscando emociones que les separasen de su vida cotidiana.
iiDrucker, Peter Managing in turbulent times ISBN- 978 0 7506 1703 1

martes, 7 de mayo de 2013

La negociación: libre de espanto


Ya es un lugar común entre los argentinos la frase hecha “los une el espanto”.
La misma ya no sólo se aplica a los políticos opositores, sino a crecientes grupos de ciudadanos que advierten -quizás demasiado tarde- la pérdida del único triunfo percibido como tal en los últimos treinta años: la recuperación de la democracia.

Dejando de lado el análisis acerca de la posición del oficialismo, pareciera que ya resulta imperioso, tanto para las instituciones que conforman el tejido social intermedio de la República y que aglutinan a no pocos asustados conciudadanos que avizoran una “argenzuela” para un futuro próximo, como para todo el arco político opositor, el negociar alianzas que enfrenten la alternativa del poder de turno, digna del más conspicuo y literario realismo latinoamericano.

Sin embargo, a poco de comenzar un análisis serio en clave de negociación con respecto a una hipotética unión de la oposición política, salta a la vista que el interés oculto en la frase del epígrafe, no es lo suficientemente poderosa para negociar ni uniones ni coaliciones, y mucho menos que ellas resulten estables al menos temporalmente .

Por cierto, no han faltado ya voces en diversos partidos que han proclamado la intransigencia de sus idearios.

Otros, más pragmáticos, desean rescatar del modelo “K”, un auténtico peronismo o justicialismo, el cual, según ellos, es un movimiento probado en la continuidad de las diversas etapas por las que atravesó el país.

Otros, totalmente pragmáticos, sólo miran hacia dónde soplan los vientos.

Cuando se negocia en forma cooperativa, además de los legítimos intereses particulares, a menudo contrapuestos, es condición sine qua non que exista una motivación común que posibilite el desarrollo del proceso.

Sin este interés en común, constituye un axioma ya probado ad nauseam el hecho de que resulta imposible encarar y alcanzar un acuerdo con éxito en el proceso de negociación.

En la búsqueda de este interés común, sin duda escapar de un futuro “a la Venezolana” no es razón suficiente para la mayoría, por su corto placismo, ni un interés permanente para justificar una negociación de múltiples y disímiles partes, que se perfila tan difícil como ardua.

Urge pues, encontrar un interés común que obre como paraguas de los intereses sectoriales a los cuales les hemos dado el común nombre de oposición.

En teoría, este interés debería aparecer claro y prístino en la mente de cada uno de los actores: el bien de la República, y su supervivencia como tal.

Sin embargo, a muchos maulas esto les parecerá demasiado lírico para esta época cuajada de pragmatismos, o bien un ideal tal lejano como difuso e imposible de definir.

Por cierto, no vivimos en una época caracterizada por valores, sino por antivalores.

Por otra parte, y a menudo en las negociaciones de múltiples sectores, el no poder cristalizar un interés común acontece cuando no existe una figura -una persona- que no sólo obre como garante del acuerdo a alcanzar, sino que afiance este interés como algo posible y verdadero, encarnándolo de alguna manera.

Las personas que negocian, entre el fuego cruzado del Dominio racional -el costo beneficio- y el Dominio de lo relacional, a menudo necesitan alguna clase de liderazgo que contenga y encauce el proceso de negociación en sí mismo.

Un ejemplo de ello lo encontramos en las dos históricas negociaciones realizadas en Camp David, donde la figura del presidente del país del norte afianzaba el interés común tanto como la posibilidad de llegar a un acuerdo, por cierto más por su posición dominante que no por el brillo de sus valores.

A menudo, esta persona no necesita tener una repercusión electoral (de hecho el presidente americano no era candidato a nada en oriente medio), pero sí tener algún tipo de autoridad, y si ella es de tipo moral, mejor.

En torno a la cuestión entre autoritas y potestas, el liderazgo moral es completamente preferible para este tipo tan especial de negociaciones.

La pregunta del millón (en estos tiempos tan devaluados debería ser la pregunta de los cien kilos) se constituye y reduce entonces en la Argentina a lo siguiente: ¿serán capaces los líderes de la oposición, o en su defecto el tejido intermedio de la sociedad encontrar a esta persona que sea capaz de garantizar moralmente un acuerdo y que al mismo tiempo no tenga particulares aspiraciones políticas?

De lo contrario la historia, gran maestra de los hombres (o al menos debería serlo) nos sugiere que debemos esperar lo contrario de la paz que se obtiene negociando: la violencia de unos contra otros.

Por amor a Su Nombre: ¿quedará un justo en la Argentina que evite que se precipite el fuego aniquilador en este Apocalipsis frío?






miércoles, 13 de febrero de 2013

La Década perdida de la Negociación


La Década perdida de la Negociación en la Argentina

Luego de diversos interinatos producto de las crisis anteriores, la era Kirchner ha significado para nuestro país una anulación del valor de la negociación como instrumento de progreso social y desarrollo de los pueblos.
En la perspectiva social, se ha ido perfilando la inutilidad de negociar con un gobierno que impúdicamente -en términos evidentemente no republicanos- ha dicho: vamos por todo.
No es el objetivo de estas líneas trazar un panorama del retroceso argentino frente a otros países, antaño muy a la saga del nuestro. Para ello me remito al excelente artículo de Fernando Iglesias llamado El Apocalipsis frío
Tampoco es el de asignar responsabilidades, pues al ejemplo del autoritarismo del gobierno, toda la sociedad dejó de percibir a la negociación como un valioso y rico instrumento, propio de naciones desarrolladas, aquellas con un tejido social intermedio capaz del diálogo franco, y una resolución alternativa de disputas que no sea sustituida fatalmente por la violencia (sea esta física, moral o de cualquier otra índole) o el premeditado, frío y sádico juego de tapar un conflicto con otro, las más de las veces mayor que el anterior.
Ante este panorama, y como hongos venenosos plantados por la misma ideología surgieron:

La valorización de la creación de la realidad por el discurso.

Ya en un post anterior (agosto de 2011) alerté sobre este fenómeno, que anula toda posibilidad de referencia a una realidad pasible de ser estudiada en forma racional, y de dar paso a una lógica sólida y constructiva. A contrario sensu, el conocimiento es para esta teoría, en cada circunstancia, una actividad autorreferencial. Esto implica que, el conocimiento refleja las estructuras del propio organismo que está conociendo, antes que la estructura de la realidad externa o en sí misma.


Diferentes teorías; como el constructivismo radical, la sinergética, la autopoiesis, la auto referencialidad -todas las cuales trabajan con la noción de auto organización- apoyan esta hipótesis. De estas teorías se infiere, precisamente, que es en el dominio de las explicaciones, en el que surgen los
conflictos acerca de las consideraciones sobre la realidad y la verdad, o mejor
dicho, sobre las realidades y las pretendidas verdades. Las explicaciones se mantienen en el contexto de la praxis de vivir del observador y se constituyen también en definiciones, que nada más son reflexiones del observador formuladas a través del lenguaje, ya que los seres humanos
acontecemos en el
lenguaje. En este sentido, como señala Humberto Maturana, la realidad no es una experiencia, sino un argumento dentro de la explicación (Maturana, 1996).
De lo que se desprende que: las diferentes realidades vividas por cada uno de los observadores dependen de la línea explicativa -la expresión de la coherencia operacional humana dentro del lenguaje- que adoptemos.
Esta teoría, además de ser falsa desde el inicio -pues comienza, en forma paradójica, con un juicio universal y válido para todas las personas- torna imposible ponerse de acuerdo entre partes ante una diferencia, por medio de la negociación.
En efecto, ¿qué realidad o criterio objetivo podré utilizar si la realidad objetiva no existe?


Otro hongo venenoso para la sociedad fue implantado:
El lenguaje es generativo
El lenguaje no sólo nos permite hablar "sobre" las cosas: hace que ellas sucedan. Por lo tanto, el lenguaje es acción, es generativo: crea realidades. El filósofo norteamericano John Searle sostuvo que, sin importar el idioma que hablemos, siempre ejecutamos el mismo número restringido de actos lingüísticos: los seres humanos, al hablar, hacemos declaraciones, afirmaciones, promesas, pedidos, ofertas. Estas acciones son universales. No sólo actuamos de acuerdo con cómo somos, también somos según actuamos. La acción genera ser. Uno deviene de acuerdo con lo que hace.

Los seres humanos se crean a sí mismos en el lenguaje y a través de él. 
 
Al decir lo que decimos, al decirlo de un modo y no de otro, o no diciendo cosa alguna, abrimos o cerramos posibilidades para nosotros mismos y, muchas veces, para otros. Cuando hablamos modelamos el futuro. A partir de lo que dijimos o se nos dijo, a partir de lo que callamos, a partir de lo que escuchamos o no escuchamos de otros, nuestra realidad futura se moldea en un sentido o en otro. Pero además de intervenir en la creación de futuro, los seres humanos modelamos nuestra identidad y la del mundo que vivimos a través del lenguaje.
Estamos al borde de la justificación de la mentira más atroz: aquella dicha en nombre de la ciencia.
Por otra parte, nos encontramos transitando el estrecho sendero de la soberbia humana: ¿porqué no hacer de mi idea del mundo -del modelo- el paradigma que todos deben aceptar? La tentación totalitaria se halla muy cercana y en modo superlativo.
Quizás por ello, el más conocido (y perverso) accionar de la era Kirchner está relacionado con:

El Establecimiento de una agenda para el público:

La teoría del establecimiento periodístico de temas de discusión, también conocido por el anglicismo: teoría de la agenda-setting, postula que los medios de comunicación de masas tienen una gran influencia sobre el público al determinar qué historias poseen interés informativo y cuánto espacio e importancia se les da. 
El punto central de esta teoría es la capacidad de los mass-media para graduar la importancia de la información que se va a difundir, dándole un orden de prioridad para obtener mayor audiencia, mayor impacto y una determinada conciencia sobre la noticia. 
Del mismo modo, deciden qué temas excluir de la agenda. Más claramente, la teoría del "establecimiento de la agenda" dice que la agenda mediática, conformada por las noticias que difunden los medios informativos cotidianamente y a las que confieren mayor o menor relevancia, influye en la agenda del público. 
Esta teoría, estudia el impacto de la prensa (impresa, electrónica) y la información que ésta maneja en el público, además del análisis de las audiencias. Su principal preocupación es analizar cómo la información de los medios masivos (agenda) influye en la opinión pública, y las imágenes que albergamos en nuestras mentes como espectadores o lectores de esas noticias.

Para la agenda setting la prensa es mucho más que un simple proveedor de información y opinión, lo que ocurre en el estado, en el país y en el mundo aparece diferente para distintas personas, no sólo por su ideología e intereses individuales, sino también por el mapa informativo que trazan los reporteros, editores y articulistas de los medios a través de los cuales se informan.

De allí la obsesión del “modelo” de acaparar medios y la épica en la “conquista” de la oposición de los conglomerados que no cooperan.
Allí vale todo: desde Secretarios de Estado con guantes de box hasta pseudo intervenciones apoyadas por fuerzas de seguridad.

Los sustitutos de la negociación

En esta década perdida tanto para la práctica como para el estudio de la negociación, y ante tal panorama, esta ha sido mediocremente sustituida por otras metodologías, algunas de los cuales ya han sido mencionadas.
Tal es la intimidación constante, la generación de nuevos conflictos, los escraches, la violencia, el falso discurso, la política de la zanahoria y el garrote.

Ya en el ámbito de lo privado, también han surgido como alternativas de sustitución de la negociación, otras ideas susceptibles de ser “vendidas” con éxito a las corporaciones, en formato de cursos de capacitación, talleres, grupos de reflexión.
Me refiero a las nuevas técnicas de liderazgo y de superación personal basadas en el descubrimiento de “personas tóxicas” , la meditación y respiración de Ravi Shankar, el “coaching ontológico” y tantas otras que pululan en las estanterías de la sección de negocios de las librerías, así como en la oferta innumerable, barata e inservible de capacitación que pretende ocupar el lugar de la Negociación en estos tiempos oscuros.


Todo lo Oculto saldrá a la luz

“¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo!” (ISAÍAS 5:20.)

Estamos ya avizorando las primicias del fin de esta era de arbitrariedades cada vez más evidentes.
Aunque se tome su tiempo, la naturaleza de las cosas se impondrá siempre a cualquier discurso, declaración o medida arbitraria.
La era Kirchner llegará a su fin, con seguridad, lamentablemente y con mayor dolor para todos los argentinos, que los ya sufridos en otros desatinados y corruptos proyectos políticos que forman parte de nuestra historia.
En este “Apocalipsis frío”, los conflictos tenderán a aumentar, y llegará un momento en que la dinámica del poder no podrá ser ejercida como hasta ahora para suprimirlos por decreto, ni darán resultado argucias antes imbatibles.
Diría que vivimos un tiempo en el que, silenciosamente, comienzan a resurgir viejos conflictos y donde aparecerán otros nuevos, no pasibles de ser solucionados precisamente idealizando si el discurso crea realidades.
Se aproxima nuevamente la hora de la negociación, y quiera Dios que sea sin previa y excesiva violencia.
Se aproxima la hora en que los argentinos deberemos aprender de una buena vez que “sólo los pueblos educados son libres” (Onésimo Leguizamón) y que parte de una educación basada en valores comienza con el respeto al otro, en la posibilidad de dialogar a pesar de las diferencias, y de intercambiar prestaciones para la satisfacción de intereses legítimos de cada sector de la sociedad.
Se aproxima la hora de recuperar el tiempo perdido: para la Argentina toda y también para nuestra disciplina, la negociación.
La negociación es en realidad una transdisciplina; el negociador un interlocutor de culturas.
Esto supone conocimientos integrados, práctica, mucha práctica, manejar diversos códigos, pero por sobre todo algo que pueda ser utilizado como punto de partida por cada negociador: el conocimiento de la propia identidad como persona y como argentino.

Febrero de 2013