A pesar de los
desacuerdos, al mundo le interesa que el G-20 siga existiendo
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Estados Unidos
llegaba a Seúl esta semana pareciendo el malo de la película. Al
poco tiempo, era una inflexible China la que se veía atacada. El
G-20 no ha avanzado mucho en temas como los desequilibrios
comerciales y las monedas mal alineadas, pero ese no es motivo para
no volver a intentarlo. Ambas superpotencias, especialmente China, se
benefician del incómodo escrutinio que se genera.
Sigue teniendo
sentido que los 20 países más grandes se reúnan. El G-7 solía
ponerse de acuerdo más a menudo, pero no incluía a las economías
emergentes, que representan el 80% de la población mundial. El otro
foro de debate multilateral importante, el Fondo Monetario
Internacional (FMI), sigue sin contar con la confianza de algunos
países asiáticos por su muy condicional apoyo tras la crisis de
1997.
Es verdad que los
distanciamientos ideológicos no pueden superarse en 24 horas.
Fijémonos en la política exterior: a Estados Unidos le gusta dar
consejos a otros países. Pero China aborrece que se crea que se
doblega ante los extranjeros. Los dirigentes chinos son ingenieros
taciturnos que carecen de las dotes de persuasión necesarias para
deslumbrar en el escenario mundial (a diferencia del presidente
estadounidense, Barack Obama, un ex abogado experto en retórica).
Pero China sí que
responde a las presiones del G-20, aunque sus políticos digan lo
contrario. Dos días antes de la reunión de Seúl, permitía que el
yuan se revalorizase más que en ningún otro momento desde 2005,
dando su brazo a torcer ante la principal crítica hecha por otros
países del G-20. De forma análoga, en junio ponía fin
inesperadamente a su paridad cambiaria con el dólar, unos días
antes de la cumbre del G-20 en Toronto. Pekín odia que le amenacen,
pero no quiere quedarse aislado.
Donde puede que le
vaya mejor al G-20 es en su función de campo de entrenamiento para
China en su papel de superpotencia emergente. Hay mucho que aprender.
Mientras que la Administración estadounidense mantuvo numerosas
reuniones informativas en Seúl, China celebró una única
conferencia de prensa más bien tensa. Y mientras los ayudantes de
Obama elogiaban las conversaciones con los chinos calificándolas de
esperanzadoras, el presidente Hu refunfuñaba por la falta de
políticas responsables de los emisores de moneda de reserva.
Los escépticos
sostienen que el G-20 es en realidad un G-2. Es posible, pero por
ahora sigue siendo el único sitio donde los dos países que generan
grandes desequilibrios deben reunirse en igualdad de condiciones con
los países que sufren por culpa de ellos. Y aunque eso solamente
sirva para exponer a las economías en auge a un debate abierto y a
la diplomacia de las superpotencias, al mundo le interesa que la
cumbre siga celebrándose. -
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