Ya
es un lugar común entre los argentinos la frase hecha “los une el
espanto”.
La
misma ya no sólo se aplica a los políticos opositores, sino a
crecientes grupos de ciudadanos que advierten -quizás demasiado
tarde- la pérdida del único triunfo percibido como tal en los
últimos treinta años: la recuperación de la democracia.
Dejando
de lado el análisis acerca de la posición del oficialismo,
pareciera que ya resulta imperioso, tanto para las instituciones que
conforman el tejido social intermedio de la República y que
aglutinan a no pocos asustados conciudadanos que avizoran una
“argenzuela” para un futuro próximo, como para todo el arco
político opositor, el negociar alianzas que enfrenten la alternativa
del poder de turno, digna del más conspicuo y literario realismo
latinoamericano.
Sin
embargo, a poco de comenzar un análisis serio en clave de
negociación con respecto a una hipotética unión de la oposición
política, salta a la vista que el interés oculto en la frase del
epígrafe, no es lo suficientemente poderosa para negociar ni uniones
ni coaliciones, y mucho menos que ellas resulten estables al menos
temporalmente .
Por
cierto, no han faltado ya voces en diversos partidos que han
proclamado la intransigencia de sus idearios.
Otros,
más pragmáticos, desean rescatar del modelo “K”, un auténtico
peronismo o justicialismo, el cual, según ellos, es un movimiento
probado en la continuidad de las diversas etapas por las que atravesó
el país.
Otros,
totalmente pragmáticos, sólo miran hacia dónde soplan los vientos.
Cuando
se negocia en forma cooperativa, además de los legítimos intereses
particulares, a menudo contrapuestos, es condición sine qua non
que exista una motivación común
que posibilite el desarrollo del proceso.
Sin
este interés en común, constituye un axioma ya probado ad
nauseam el hecho de que resulta
imposible encarar y alcanzar un acuerdo con éxito en el proceso de
negociación.
En la búsqueda de este interés
común, sin duda escapar de un futuro “a la Venezolana” no es
razón suficiente para la mayoría, por su corto placismo, ni un
interés permanente para justificar una negociación de múltiples y
disímiles partes, que se perfila tan difícil como ardua.
Urge pues, encontrar un interés
común que obre como paraguas de los intereses sectoriales a los
cuales les hemos dado el común nombre de oposición.
En teoría, este interés debería
aparecer claro y prístino en la mente de cada uno de los actores: el
bien de la República, y su supervivencia como tal.
Sin embargo, a muchos maulas
esto les parecerá demasiado lírico para esta época cuajada de
pragmatismos, o bien un ideal tal lejano como difuso e imposible de
definir.
Por cierto, no vivimos en una época
caracterizada por valores, sino por antivalores.
Por otra parte, y a menudo en las
negociaciones de múltiples sectores, el no poder cristalizar un
interés común acontece cuando no existe una figura -una persona-
que no sólo obre como garante del acuerdo a alcanzar, sino que
afiance este interés como algo posible y verdadero, encarnándolo de
alguna manera.
Las personas que negocian, entre el
fuego cruzado del Dominio racional -el costo beneficio- y el Dominio
de lo relacional, a menudo necesitan alguna clase de liderazgo que
contenga y encauce el proceso de negociación en sí mismo.
Un ejemplo de ello lo encontramos en
las dos históricas negociaciones realizadas en Camp David, donde la
figura del presidente del país del norte afianzaba el interés común
tanto como la posibilidad de llegar a un acuerdo, por cierto más por
su posición dominante que no por el brillo de sus valores.
A menudo, esta persona no necesita
tener una repercusión electoral (de hecho el presidente americano no
era candidato a nada en oriente medio), pero sí tener algún tipo de
autoridad, y si ella es de tipo moral, mejor.
En torno a la cuestión entre
autoritas y potestas, el liderazgo moral es completamente
preferible para este tipo tan especial de negociaciones.
La pregunta del millón (en estos
tiempos tan devaluados debería ser la pregunta de los cien kilos) se
constituye y reduce entonces en la Argentina a lo siguiente: ¿serán
capaces los líderes de la oposición, o en su defecto el tejido
intermedio de la sociedad encontrar a esta persona que sea capaz de garantizar moralmente un acuerdo y que al mismo tiempo no tenga particulares aspiraciones políticas?
De lo contrario la historia, gran
maestra de los hombres (o al menos debería serlo) nos sugiere que
debemos esperar lo contrario de la paz que se obtiene negociando: la
violencia de unos contra otros.
Por amor a Su Nombre: ¿quedará un
justo en la Argentina que evite que se precipite el fuego aniquilador
en este Apocalipsis frío?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario