Comparto las observaciones del autor, a quien considero uno de los más lúcidos prelados que ha producido la Iglesia Católica Argentina.
En un artículo publicado en el diario
platense El Día con el título “Tres problemas argentinos”, el arzobispo
de La Plata, monseñor Héctor Aguer, desarrolla unas reflexiones sobre el
desinterés por el bien común, el permanente estado de discordia y la
falta de educación para la vida social, males que a su criterio, aquejan
a nuestra nación.
El prelado platense dice que existe en la Argentina una fuerte
inclinación a discurrir acerca del ser nacional y que también se ha
escrito abundantemente sobre el tema, pero piensa que esta preocupación
no es tan preponderante en muchos otros países, lo que lo mueve a pensar
que en el caso de la Argentina se trataría, tal vez, de un síntoma de
adolescencia.
“Hablar de ser nacional -señala monseñor Aguer- implica describir
los rasgos que caracterizan a una nación, a esa comunidad biológica,
social, cultural en la cual los miembros comparten la conciencia y el
sentimiento de ser tributarios de una historia común. Subrayo algunos de
los términos empleados: común, comunidad, compartir, participar;
contrastan con cualquier enunciado retórico y altisonante y se refieren a
una realidad humilde y esencial, constitutiva. Pienso en el bien común
de la nación, que lo es por su universalidad: es comunicable,
participable, hace a la suficiencia de vida, al bien vivir de cada uno
de los miembros y de todos en su conjunto, como comunidad.
“Es posible -añade- proyectar estas nociones sobre un estudio de
la índole argentina –supuesto que lleguemos a describirla y nos pongamos
de acuerdo sobre la definición–; entonces saltarán a la vista algunas
falencias. Quiero aventurarme en señalar tres problemas argentinos.
“El primero puede identificarse como una tendencia a anteponer el
bien particular al bien común. Concretamente, por primacía del bien
particular entiendo la inclinación a otorgar predominio a los intereses
sectoriales, que se imponen al interés común de la nación. El concepto
de bien común, que es clave en la Doctrina Social de la Iglesia, resulta
una noción extraña para muchos en el mundo político. Precisamente, la
autoridad gubernativa tiene como función específica la justa
conciliación de los intereses particulares de individuos y de grupos en
orden a conseguir y asegurar durablemente el bien común; pero para
lograrlo se exige la colaboración de todos, el accionar comunitario. El
problema no es puramente pragmático, y mucho menos oportunista, sino que
plantea la dimensión moral de la convivencia social.
“Otra cuestión eminentemente ética salta a la vista en la historia y
en el presente de los argentinos: grava sobre nosotros un atavismo de
discordia. Es un fenómeno que se ha verificado desde nuestros orígenes,
desde los días de la independencia, pero en algunas etapas se manifestó
con atrocidad y ha causado enormes sufrimientos. Es necesario curar esta
llaga, no resignarse a vivir con ella. Lo peor ocurre cuando se
incentiva la discordia y se teoriza sobre la utilidad de las
oposiciones; se presentan los conflictos como necesarios: si existen se
los agudiza y si no existen se los crea. ¡Todo lo contrario! Los
conflictos tienen que ser resueltos mediante la apertura al diálogo, que
incluye la discusión respetuosa y una voluntad favorable al gran bien
de la amistad social.
“Esta referencia al diálogo no es una invocación beata, ni una mera
aspiración idealista; responde a una teoría correcta de la sociedad,
pero tiene configuraciones concretas de sentido común. Hay que reconocer
que se trata, además, de una meta políticamente realizable y que
asegura la naturaleza virtuosa, ética, de la actividad política. No hay
nada más razonable y deseable que las diversas fuerzas sociales y
políticas –aun si se diferencian por planteos ideológicos
contrastantes– se pongan de acuerdo para resolver problemas
fundamentales, para superar necesidades evidentes. Todas ellas
realidades objetivas a propósito de las cuales se puede y se debe estar
de acuerdo. El cultivo de la confrontación y la manía de demoler puentes
son típicas rémoras de la vida política argentina, que es preciso
superar con inteligencia y amor.
“En tercer lugar, destaco la importancia de promover una constante
educación para la vida social. Este aspecto capital del desarrollo de la
personalidad debe comenzar muy pronto en la vida del niño y ha de
realizarse ante todo en el seno de la familia. La situación de la
cultura actual deja ver la pérdida de valores fundamentales de humanidad
que se transmitían normalmente en el ámbito familiar y que la escuela,
cuando el sistema educativo funcionaba correctamente, ayudaba a
afianzar. La formación para la vida social incluye como un bien esencial
la recta educación para la libertad, que no se entiende en sentido
individualista, y que se verifica mediante el cultivo de la orientación
de inclinaciones naturales del hombre, que incluye la vida en comunidad,
en el sentido de compromiso voluntario y generoso de la persona en los
intercambios sociales. Es la preparación para la vida en la pólis, la
formación del ciudadano de tal modo que todos seamos responsables de
todos. Este valor se llama solidaridad.
“Podemos avizorar -concluye monseñor Aguer- la superación de
clásicos problemas argentinos si logramos formar adecuadamente a las
nuevas generaciones. Pero ¿y la nuestra? Muchos piensan que en la
Argentina la sociedad es mejor que la política, que los políticos. Sin
embargo, las falencias que he señalado indican –si es aceptable mi
observación– que la superación de nuestros problemas exige la necesidad
de una reeducación en algunas áreas de nuestra personalidad colectiva.
Una recuperación de lo mejor de nuestro ser nacional y a la vez la
sanación de sus crónicos desarreglos.+
Reflexiones y aportes acerca de la Resolución de Conflictos desde la perspectiva de una transdisciplina
jueves, 17 de octubre de 2013
sábado, 31 de agosto de 2013
Tiempos turbulentos; Escenarios cambiantes.
En
la Argentina corren tiempos de cambio en lo político.
Luego
de las PASO, pareciera que los “relatos” chocan con la realidad.
Este
hecho trae a colación dos cuestiones fundamentales, para aquellos
que negociamos profesionalmente o aquellos otros cuyas ocupaciones
implican también negociar, y
que merecen ser comentadas.
Ocupémonos primero de la segunda
frase de este artículo.
Quien siga este blog, sabrá que que
dicha frase no sólo se aplica -en este caso dramáticamente- al
relato construido por el gobierno de turno, sino a una noción más
duradera y una mirada más científica en torno a la concepción
misma de lo que llamamos realidad.
En efecto, en post anteriores, he
abundado sobre la nefasta teoría de la construcción de la realidad
por medio del lenguaje, en particular sobre la ontología del
lenguaje y sobre otros temas que son tan caros al coaching
ontológico.
Quien
relea este post: http://goo.gl/NrGsz0,
el cual se origina en uno anterior titulado “El coaching
ontológico...”, http://goo.gl/0DxGDS
y un artículo científico que escribí para una revista con
referato: http://goo.gl/h811Ny ,
podrá ver hasta qué punto vengo objetando -desde un punto de vista
estrictamente epistemológico- aquello que se postula respecto de
que la realidad es solamente lo que describimos,
y desde la Negociación, denunciando las malas prácticas que se
derivan de ese relativismo a ultranza que nos viene de Echeverría,
Maturana y otros.
En resumen, y en cuanto a esta
primera cuestión a comentar, está a la vista en un escenario
macroeconómico y político la palmaria demostración acerca de la
falacia de la construcción de la realidad por medio de un relato,
así como en la época de Néstor, este llevaba hasta el paroxismo la
aplicación de la teoría de la agenda setting.
No
me canso de repetir que los negociadores debemos tratar al menos con
tres
juegos
de realidades: la que percibimos; la que percibe el otro, y la
objetiva, hacia la cual siempre debemos tratar de aproximarnos,
aunque no lleguemos a la plena posesión de la verdad.
Ahora corresponde que nos ocupemos
de la segunda cuestión, tan concreta como la anterior, y tan fundada
en la teoría científica como ella.
Vivimos
tiempos de cambio. Los escenarios vernáculos, en forma cada vez más
acelerada son, como lo dice el título del post: cambiantes.
La
pregunta que debemos hacernos en primer lugar es la siguiente: ¿estos
escenarios se corresponden exclusivamente a los protagonistas del
“Grand Guignol”i
de la política argentina, o bien la comprobación de escenarios
cambiantes trasciende lo político, corriendo como un torrente de
montaña desde la macroeconomía a la vida de los negocios,
profesionales, productores y demás protagonistas de la cadena de
valor de la sociedad entera?
¿Es
esta una época cambiante para todos los estamentos sociales?
Si la respuesta -como resulta obvio-
es “sí”, estamos ante un problema de envergadura mayúscula.
Y es aquí donde se plantea
descarnadamente la otra cuestión que deseaba exponer en este post:
¿cómo deben enfrentarse los escenarios cambiantes: con decisiones
de índole estratégica o tácticas? ¿Cómo afecta ello las
negociaciones de toda índole?
Seguramente
habrá partidarios y razones para ambas opciones. Los que se decanten
por enfrentar estratégicamente la toma de decisiones en tiempos
turbulentosii,
podrán aducir -no sin razón- que discernir la estrategia adecuada
nos colocará en posición ventajosa cuando la turbulencia pase.
Por
supuesto que el inconveniente que salta a la vista consiste en la
elección de dicha estrategia, y los riesgos que conlleva
equivocarse, pero no es menos cierto que esta opción es la que puede
producir mayores resultados.
Se
cumple aquí nuevamente el axioma -sagrado para los inversionistas
financieros- que riesgo y ganancia van de la mano.
La
otra opción, es decir la de generar una serie de operaciones
tácticas adaptativas a la marcha de la negociación, puede ser una
alternativa de moderación, si verdaderamente se realiza un
comportamiento adaptativo continuo. Sin embargo, esta alternativa
también entraña un gran riesgo: el de ser percibidos de tal manera
como incapaces de saber a dónde vamos, de no tener un plan maestro,
o peor aún, de ofrecer una imagen acomodaticia, cuando no
contradictoria.
Esta
opción, muy cercana al comportamiento reactivo, es quizás la imagen
que está consiguiendo el poder político frente a los electores.
En
una negociación, no hay electores que seducir. Normalmente
encontraremos personas acostumbradas a negociar, que si bien son
influidas por el Dominio emocional, también toman en cuenta
seriamente la racionalidad del Dominio que debe predominar en todo
conflicto: la ley del costo-beneficio.
La
seducción no es negociación, aunque a veces se ejerza
simultáneamente con ella para resolver conflictos.
¿Existe
una receta para negociar en tiempos turbulentos?
Considero
que el comportamiento más acertado consiste en trabajar mucho en en
la preparación de la negociación, lo que yo llamo momento previo.
Allí se podrá discernir el plano estratégico sin “comprarse”
una estrategia de por vida. Y al mismo tiempo ejecutar operaciones
tácticas alineadas a dicha estrategia -la buena práctica así lo
predica- pero sin dejar de lado un cierto comportamiento adaptativo,
que nos aleje tanto del dogmatismo estratégico como del
comportamiento meramente reactivo.
Por
último, es necesario considerar seriamente cómo encara nuestro o
nuestros oponentes la misma cuestión.
Verdaderamente,
corren tiempos turbulentos para negociar.
iEn
1897, Oscar Metenier fundó el denominado Teatro
del Grand Guignol, en la Rue Chapetal de París,
convirtiendo un antiguo convento del siglo XVIII en el macabro
teatro en el que , siguiendo de manera retorcida y extrema el
naturalismo de Emil Zola y
doctrinas como Teatro Libre, de André
Antoine, se representaban hasta ocho cortas escenas llenas
de visceralidad, violencia y sadismo extremo, buscando, en palabras
de su creador “sacudir los corazones”, los corazones de
quienes allí acudían: nobles, caballeros adinerados, damas de
desahogada posición social, que cada noche se congregaban allí,
como en cualquier otro ritual, buscando emociones que les separasen
de su vida cotidiana.
iiDrucker,
Peter Managing in turbulent
times ISBN- 978 0 7506 1703 1
martes, 7 de mayo de 2013
La negociación: libre de espanto
Ya
es un lugar común entre los argentinos la frase hecha “los une el
espanto”.
La
misma ya no sólo se aplica a los políticos opositores, sino a
crecientes grupos de ciudadanos que advierten -quizás demasiado
tarde- la pérdida del único triunfo percibido como tal en los
últimos treinta años: la recuperación de la democracia.
Dejando
de lado el análisis acerca de la posición del oficialismo,
pareciera que ya resulta imperioso, tanto para las instituciones que
conforman el tejido social intermedio de la República y que
aglutinan a no pocos asustados conciudadanos que avizoran una
“argenzuela” para un futuro próximo, como para todo el arco
político opositor, el negociar alianzas que enfrenten la alternativa
del poder de turno, digna del más conspicuo y literario realismo
latinoamericano.
Sin
embargo, a poco de comenzar un análisis serio en clave de
negociación con respecto a una hipotética unión de la oposición
política, salta a la vista que el interés oculto en la frase del
epígrafe, no es lo suficientemente poderosa para negociar ni uniones
ni coaliciones, y mucho menos que ellas resulten estables al menos
temporalmente .
Por
cierto, no han faltado ya voces en diversos partidos que han
proclamado la intransigencia de sus idearios.
Otros,
más pragmáticos, desean rescatar del modelo “K”, un auténtico
peronismo o justicialismo, el cual, según ellos, es un movimiento
probado en la continuidad de las diversas etapas por las que atravesó
el país.
Otros,
totalmente pragmáticos, sólo miran hacia dónde soplan los vientos.
Cuando
se negocia en forma cooperativa, además de los legítimos intereses
particulares, a menudo contrapuestos, es condición sine qua non
que exista una motivación común
que posibilite el desarrollo del proceso.
Sin
este interés en común, constituye un axioma ya probado ad
nauseam el hecho de que resulta
imposible encarar y alcanzar un acuerdo con éxito en el proceso de
negociación.
En la búsqueda de este interés
común, sin duda escapar de un futuro “a la Venezolana” no es
razón suficiente para la mayoría, por su corto placismo, ni un
interés permanente para justificar una negociación de múltiples y
disímiles partes, que se perfila tan difícil como ardua.
Urge pues, encontrar un interés
común que obre como paraguas de los intereses sectoriales a los
cuales les hemos dado el común nombre de oposición.
En teoría, este interés debería
aparecer claro y prístino en la mente de cada uno de los actores: el
bien de la República, y su supervivencia como tal.
Sin embargo, a muchos maulas
esto les parecerá demasiado lírico para esta época cuajada de
pragmatismos, o bien un ideal tal lejano como difuso e imposible de
definir.
Por cierto, no vivimos en una época
caracterizada por valores, sino por antivalores.
Por otra parte, y a menudo en las
negociaciones de múltiples sectores, el no poder cristalizar un
interés común acontece cuando no existe una figura -una persona-
que no sólo obre como garante del acuerdo a alcanzar, sino que
afiance este interés como algo posible y verdadero, encarnándolo de
alguna manera.
Las personas que negocian, entre el
fuego cruzado del Dominio racional -el costo beneficio- y el Dominio
de lo relacional, a menudo necesitan alguna clase de liderazgo que
contenga y encauce el proceso de negociación en sí mismo.
Un ejemplo de ello lo encontramos en
las dos históricas negociaciones realizadas en Camp David, donde la
figura del presidente del país del norte afianzaba el interés común
tanto como la posibilidad de llegar a un acuerdo, por cierto más por
su posición dominante que no por el brillo de sus valores.
A menudo, esta persona no necesita
tener una repercusión electoral (de hecho el presidente americano no
era candidato a nada en oriente medio), pero sí tener algún tipo de
autoridad, y si ella es de tipo moral, mejor.
En torno a la cuestión entre
autoritas y potestas, el liderazgo moral es completamente
preferible para este tipo tan especial de negociaciones.
La pregunta del millón (en estos
tiempos tan devaluados debería ser la pregunta de los cien kilos) se
constituye y reduce entonces en la Argentina a lo siguiente: ¿serán
capaces los líderes de la oposición, o en su defecto el tejido
intermedio de la sociedad encontrar a esta persona que sea capaz de garantizar moralmente un acuerdo y que al mismo tiempo no tenga particulares aspiraciones políticas?
De lo contrario la historia, gran
maestra de los hombres (o al menos debería serlo) nos sugiere que
debemos esperar lo contrario de la paz que se obtiene negociando: la
violencia de unos contra otros.
Por amor a Su Nombre: ¿quedará un
justo en la Argentina que evite que se precipite el fuego aniquilador
en este Apocalipsis frío?
miércoles, 13 de febrero de 2013
La Década perdida de la Negociación
La
Década perdida de la Negociación en la Argentina
Luego de diversos interinatos
producto de las crisis anteriores, la era Kirchner
ha significado para
nuestro país una anulación del valor de la negociación como
instrumento de progreso social y desarrollo de los pueblos.
En
la perspectiva social, se ha ido perfilando la inutilidad de negociar
con un gobierno que impúdicamente -en términos evidentemente no
republicanos- ha dicho: vamos por todo.
No
es el objetivo de estas líneas trazar un panorama del retroceso
argentino frente a otros países, antaño muy a la saga del nuestro.
Para ello me remito al excelente artículo de Fernando Iglesias
llamado El
Apocalipsis frío
Tampoco es el de asignar
responsabilidades, pues al ejemplo del autoritarismo del gobierno,
toda la sociedad dejó de percibir a la negociación como un valioso
y rico instrumento, propio de naciones desarrolladas, aquellas con un
tejido social intermedio capaz del diálogo franco, y una resolución
alternativa de disputas que no sea sustituida fatalmente por la
violencia (sea esta física, moral o de cualquier otra índole) o el
premeditado, frío y sádico juego de tapar un conflicto con otro,
las más de las veces mayor que el anterior.
Ante este panorama, y como hongos
venenosos plantados por la misma ideología surgieron:
La valorización de la creación
de la realidad por el discurso.
Ya
en un post anterior (agosto de 2011) alerté sobre este fenómeno,
que anula toda posibilidad de referencia a una realidad pasible de
ser estudiada en forma racional, y de dar paso a una lógica sólida
y constructiva. A contrario sensu, el
conocimiento es para esta teoría, en cada circunstancia, una
actividad autorreferencial. Esto implica que, el conocimiento refleja
las estructuras del propio organismo que está conociendo, antes que
la estructura de la realidad externa o en sí misma.
Diferentes
teorías; como el constructivismo radical, la sinergética, la
autopoiesis,
la auto referencialidad -todas las cuales trabajan con la noción de
auto organización-
apoyan
esta hipótesis. De estas teorías se infiere, precisamente, que
es en el dominio de las explicaciones, en el que surgen
los
conflictos acerca de las consideraciones sobre la realidad y la verdad, o mejor
dicho, sobre las realidades y las pretendidas verdades. Las explicaciones se mantienen en el contexto de la praxis de vivir del observador y se constituyen también en definiciones, que nada más son reflexiones del observador formuladas a través del lenguaje, ya que los seres humanos acontecemos en el
lenguaje. En este sentido, como señala Humberto Maturana, la realidad no es una experiencia, sino un argumento dentro de la explicación (Maturana, 1996).
De lo que se desprende que: las diferentes realidades vividas por cada uno de los observadores dependen de la línea explicativa -la expresión de la coherencia operacional humana dentro del lenguaje- que adoptemos.
conflictos acerca de las consideraciones sobre la realidad y la verdad, o mejor
dicho, sobre las realidades y las pretendidas verdades. Las explicaciones se mantienen en el contexto de la praxis de vivir del observador y se constituyen también en definiciones, que nada más son reflexiones del observador formuladas a través del lenguaje, ya que los seres humanos acontecemos en el
lenguaje. En este sentido, como señala Humberto Maturana, la realidad no es una experiencia, sino un argumento dentro de la explicación (Maturana, 1996).
De lo que se desprende que: las diferentes realidades vividas por cada uno de los observadores dependen de la línea explicativa -la expresión de la coherencia operacional humana dentro del lenguaje- que adoptemos.
Esta teoría, además de ser falsa
desde el inicio -pues comienza, en forma paradójica, con un juicio
universal y válido para todas las personas- torna imposible ponerse
de acuerdo entre partes ante una diferencia, por medio de la
negociación.
En efecto, ¿qué realidad o
criterio objetivo podré utilizar si la realidad objetiva no existe?
Otro hongo venenoso para la
sociedad fue implantado:
- El lenguaje es generativo
El lenguaje no sólo nos permite
hablar "sobre" las cosas: hace que ellas sucedan. Por lo
tanto, el lenguaje es acción, es generativo: crea realidades. El
filósofo norteamericano John Searle sostuvo que, sin importar el
idioma que hablemos, siempre ejecutamos el mismo número restringido
de actos lingüísticos: los seres humanos, al hablar, hacemos
declaraciones, afirmaciones, promesas, pedidos, ofertas. Estas
acciones son universales. No sólo actuamos de acuerdo con cómo
somos, también somos según actuamos. La acción genera ser. Uno
deviene de acuerdo con lo que hace.
Al decir lo que decimos, al decirlo
de un modo y no de otro, o no diciendo cosa alguna, abrimos o
cerramos posibilidades para nosotros mismos y, muchas veces, para
otros. Cuando hablamos modelamos el futuro. A partir de lo que
dijimos o se nos dijo, a partir de lo que callamos, a partir de lo
que escuchamos o no escuchamos de otros, nuestra realidad futura se
moldea en un sentido o en otro. Pero además de intervenir en la
creación de futuro, los seres humanos modelamos nuestra identidad y
la del mundo que vivimos a través del lenguaje.
Estamos
al borde de la justificación de la mentira más atroz: aquella dicha
en nombre de la ciencia.
Por
otra parte, nos encontramos transitando el estrecho sendero de la
soberbia humana: ¿porqué no hacer de mi idea del mundo -del modelo-
el paradigma que todos deben aceptar? La tentación totalitaria se
halla muy cercana y en modo superlativo.
Quizás
por ello, el más conocido (y perverso) accionar de la era Kirchner
está relacionado con:
El
Establecimiento de una agenda para el público:
La
teoría
del establecimiento periodístico de temas de discusión,
también conocido por el anglicismo: teoría
de la agenda-setting,
postula que los medios de comunicación de masas tienen una gran
influencia sobre el público al determinar qué historias poseen
interés informativo y cuánto espacio e importancia se les da.
El
punto central de esta teoría es la capacidad de los mass-media
para graduar la importancia de la información que se va a difundir,
dándole un orden de prioridad para obtener mayor audiencia, mayor
impacto y una determinada conciencia sobre la noticia.
Del mismo
modo, deciden qué temas excluir de la agenda. Más claramente, la
teoría del "establecimiento de la agenda" dice que la
agenda mediática, conformada por las noticias que difunden los
medios informativos cotidianamente y a las que confieren mayor o
menor relevancia, influye en la agenda del público.
Esta teoría,
estudia el impacto de la prensa (impresa, electrónica) y la
información que ésta maneja en el público, además del análisis
de las audiencias. Su principal preocupación es analizar cómo la
información de los medios masivos (agenda) influye en la opinión
pública, y las imágenes que albergamos en nuestras mentes como
espectadores o lectores de esas noticias.
Para la agenda setting la
prensa es mucho más que un simple proveedor de información y
opinión, lo que ocurre en el estado, en el país y en el mundo aparece
diferente para distintas personas, no sólo por su ideología e
intereses individuales, sino también por el mapa informativo que
trazan los reporteros, editores y articulistas de los medios a través
de los cuales se informan.
De
allí la obsesión del “modelo” de acaparar medios y la épica en
la “conquista” de la oposición de los conglomerados que no
cooperan.
Allí
vale todo: desde Secretarios de Estado con guantes de box hasta
pseudo intervenciones apoyadas por fuerzas de seguridad.
Los
sustitutos de la negociación
En esta década perdida tanto para
la práctica como para el estudio de la negociación, y ante tal
panorama, esta ha sido mediocremente sustituida por otras
metodologías, algunas de los cuales ya han sido mencionadas.
Tal es la intimidación constante,
la generación de nuevos conflictos, los escraches, la violencia, el
falso discurso, la política de la zanahoria y el garrote.
Ya en el ámbito de lo privado,
también han surgido como alternativas de sustitución de la
negociación, otras ideas susceptibles de ser “vendidas” con
éxito a las corporaciones, en formato de cursos de capacitación,
talleres, grupos de reflexión.
Me refiero a las nuevas técnicas de
liderazgo y de superación personal basadas en el descubrimiento de
“personas tóxicas” , la meditación y respiración de Ravi
Shankar, el “coaching ontológico” y tantas otras que pululan en
las estanterías de la sección de negocios de las librerías, así
como en la oferta innumerable, barata e inservible de capacitación
que pretende ocupar el lugar de la Negociación en estos tiempos
oscuros.
Todo lo Oculto
saldrá a la luz
“¡Ay de los que a lo
malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y
de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce y lo dulce por
amargo!” (ISAÍAS 5:20.)
Estamos ya avizorando
las primicias del fin de esta era de arbitrariedades cada vez más
evidentes.
Aunque se tome su
tiempo, la naturaleza de las cosas se impondrá siempre a cualquier
discurso, declaración o medida arbitraria.
La era Kirchner llegará
a su fin, con seguridad, lamentablemente y con mayor dolor para todos
los argentinos, que los ya sufridos en otros desatinados y corruptos
proyectos políticos que forman parte de nuestra historia.
En este “Apocalipsis
frío”, los conflictos tenderán a aumentar, y llegará un momento
en que la dinámica del poder no podrá ser ejercida como hasta ahora
para suprimirlos por decreto, ni darán resultado argucias antes
imbatibles.
Diría que vivimos un
tiempo en el que, silenciosamente, comienzan a resurgir viejos
conflictos y donde aparecerán otros nuevos, no pasibles de ser
solucionados precisamente idealizando si el discurso crea realidades.
Se aproxima nuevamente
la hora de la negociación, y quiera Dios que sea sin previa y excesiva
violencia.
Se aproxima la hora en
que los argentinos deberemos aprender de una buena vez que “sólo
los pueblos educados son libres” (Onésimo Leguizamón) y que parte
de una educación basada en valores comienza con el respeto al otro,
en la posibilidad de dialogar a pesar de las diferencias, y de
intercambiar prestaciones para la satisfacción de intereses
legítimos de cada sector de la sociedad.
Se aproxima la hora de
recuperar el tiempo perdido: para la Argentina toda y también para
nuestra disciplina, la negociación.
La negociación es en
realidad una transdisciplina; el negociador un interlocutor de
culturas.
Esto supone
conocimientos integrados, práctica, mucha práctica, manejar
diversos códigos, pero por sobre todo algo que pueda ser utilizado
como punto de partida por cada negociador: el conocimiento de la
propia identidad como persona y como argentino.
Febrero de 2013
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